Dalia sentada en su silla tiene una papa a la francesa pegada a los labios con una sola mordida desde hace como quince minutos. Se prometió a sí misma no volver a hacerlo: perderse así por tanto tiempo de manera tan evidente. Pero no lo puede evitar. Así como muchas personas no pueden evitar, por ejemplo, morderse las uñas cuando están nerviosos o sudar copiosamente mientras están siendo interrogados respecto a una “travesura” en la que fueron atrapados.
Para su mala fortuna está en el restaurante de comida rápida sola. Por lo general, cuando está acompañada despierta más fácil de sus “viajes”. Claro que… es un poco difícil pretender que escuchas cuando llevas largos minutos en la misma ridícula pose sin siquiera asentir o dar la más mínima señal de vida. Pero ahora no; ahora no tiene que escuchar a nadie ni hacer de cuenta que está de acuerdo. Ahora está sola, y el tiempo está corriendo.
¿Cómo llegó a esto?
Dos mesas más delante de donde está ella sentada se encuentra un grupo de amigos: dos hombres y dos mujeres, relajándose quizá de un examen, una larga y laboriosa tarea, o algún pesado prepotente que creyó que podía mangonearlos por ser profesor. No se dieron cuenta de su presencia, pero estaban hablando lo suficientemente fuerte para que ella no pudiera ignorarlos.
–Por eso digo que es una sociedad muy predecible.
–¿Predecible?
–Bueno, quizá esa no sea la palabra… pero a fin de cuentas es curiosa… pero curioso cómo es que se ha mantenido así por tanto tiempo…
–¿De qué hablas?
–De los estereotipos que tienen las mujeres marcados.
Sus respuestas eran vagas, sin mucho sentido, pero Dalia, que había decidido apagar su celular y descansar del mundo exterior, decidió entretenerse en lo que quiera que estuvieran discutiendo.
–La cosa está así: entre los 15 y 20 años tienes tu primer novio; entre los 20 y los 25 te casas y entre los 25 y los 30 tienes a tu primer hijo, ¿te das cuenta? Y así ha sido por mucho tiempo. Y si te pasas por un tantito de esos límites empiezan las preguntas. Que si fue antes, ¿por qué no te esperaste?, que si fue después que ¿por qué te tardaste? Y si te fijas bien, cuando menos ustedes dos entran en el estereotipo, y les aseguro que la gran mayoría de las mujeres también…
Las chicas soltaron risas nerviosas al darse cuenta de que su compañero tenía razón. En ese momento Dalia no podía reír, fue justo así que se perdió…
“Pues sí, tiene mucha razón… o la tendría si estuviera hablando de hace diez años, quizá. Porque de lo que no se da cuenta es de que las reglas cambian, y hay unas cuantas de ellas no-escritas que recién entran en vigor” pensaba Dalia mientras masticaba a un ritmo que iba en disminución, como si todo su cuerpo se estuviera apagando para dejarla en ese estado petrificado en el que permanecería por los próximos quince o veinte minutos.
“Entre los 15 y 20 años encuentras tu primer novio, y novio en serio, nada de manitas sudadas y no verse mas que en la escuela durante el recreo. ¿Pero no es acaso también entre los 15 y los 20 en que, como al cuate este se le olvidó mencionar, pierdes la virginidad? Dejémonos ya de “perder la vergüenza” con las manoseadas de puberto/adolescente calenturiento que te avientas con tu novio y las succionadas de cara recién descubres los besos franceses. Es triste, pero verdad, pensar en cómo los valores de nuestra sociedad han degenerado ya tanto en el afán de compararnos a un país primer mundista. ¿Será producto de toda esa basura que vemos en la televisión? Sí, eso ha de tener gran parte de la culpa. Nos venden sexo dondequiera que volteamos y algo tan placentero no podía dejar de llamarnos la atención.
“Ahora la presión de la sociedad que hace preguntas no se queda en el compromiso de conseguir novio antes de los veinte, sino aparte de todo entregarle algo que antes era sagrado y reservado para después del matrimonio. Y de la misma forma que te preguntan “¿por qué te tardaste en conseguir novio?” si es que te pasaste tantito por vivir esclava de tu familia, escuela y amigos, o “¿cuál es la prisa si todavía estás bien escuincla?” por haber estado un poco más desarrolladita a los digamos 13 ó 14 y haber caído presa de uno mayorcito que sabía a lo que iba, te preguntan los “¿por qué te tardaste?”s y los “¿tan chiquita y tan caliente?”s.”
En este punto, apenas visible, si acaso únicamente identificable para el ojo bien entrenado, aparece una mueca en el rostro de Dalia. No es más que una leve curvatura en la comisura de sus labios que desaparece tan rápido como apareció.
“Sí, claro, hazte la inocente. Pretende que te escandalizas y te das golpes de pecho. ¿Cómo no acordarse de Juan y del “regalito” que te dio cuando te mudaste para estudiar? No tenías más de diecisiete. Muy rico en su momento, muy pesada la cruda moral al día siguiente y el pánico de primeriza al no saber si quedaste embarazada, y muy rápido el olvido de la supuesta “lección aprendida”. ¿Qué acaso no hicieron lo mismo al menos una vez por semana cuando tenían tiempo durante los siguientes tres meses que permanecieron de novios?
“Te salvaste, Dalita, de quedar embarazada y dar una reverenda metida de pata. Bien te sabías cuidar, pues si ya te las sabías de todas todas, pero recuerda que otra de esas reglas no-escritas es la del Domingo Siete. Lo más común es ver a chicas desperdiciando toda una vida a causa de ello, y justamente entre los 15 y los 20 años…”
La papa a la francesa ya está más que fría. Traga al fin lo último que le quedó en la boca de la única mordida que le dio y docenas de imágenes cruzan por su mente mientras sigue reflexionando.
“¿Y qué hay del matrimonio entre los 20 y los 25? Pues sí, ¿qué no fue cuando tu tía se casó? Tendría quizá 23, y tú muy mona en tu vestido color melón, que confeccionaron igual al de todas tus primas de tu edad, durante la boda. Sí, sí, tendría 23. Su esposo es mucho mayor que ella, pero eso no importa, la regla sólo aplica a las mujeres. Si te casaste antes seguramente fue porque quedaste embarazada. Si tienes 27 y no te has casado ya eres una quedada.
“Pero no, eso también ya pasó de moda ante esta nueva globalización. Tienes 32 y todavía estás a buen tiempo de casarte. Tienes 60 y ni quién te diga nada si te quieres casar, a menos claro que sea con alguien mucho menor que tú. Como la tía abuela que se acaba de conseguir novio y que hasta coche le puso el fulano. Han de tener ya sus respectivos 60 y míralos, allá andan como chamaquitos.
“¡Ah pero de las viboreadas no se salvaron! Pasaron por boca de toda la familia, o cuando menos de la de mi lado. Hasta las sobrinas que ni les importa; ya ni los hijos.
“Sí, ése es el problema con esto. Será regla no-escrita la de darte una prórroga para casarte, pero de todos modos no te salvas de las habladurías. Nadie puede ponerse de acuerdo”.
Una mesera pasa y se queda mirando a Dalia por un momento. Está decidiendo entre interrumpirla para preguntar si se le ofrece algo más o dejarla tal cual.
Decide que no es conveniente arriesgarse a hacer enojar a un cliente.
“¿Y qué hay del trabajo? También estás a buena edad de conseguir trabajo aunque no sea para el que estudiaste. Lo bueno es que la gran mayoría de los hombres ya no se sienten amenazados por que su mujer trabaje. Incluso ya son más los que se portan indiferentes ante el hecho de que ella gane más.
“Pero esto lleva al último punto. Tienes tu primer hijo entre los 25 y los 30, si es que todo sale acorde a lo planeado. ¿Pero no es también cuando las cosas empiezan a caer en picada en tu matrimonio? ¿No es también la edad en la que te das cuenta que no todo es de color rosa?
“Tienes a tu primer hijo y ¿qué pasa? Te enfrentas ante la terrible decisión de, o dejar tu trabajo por cuidar a la criaturita, o continuarlo y dejarlo en manos de desconocidas en una guardería, donde jamás podrán suplantar el verdadero amor maternal. Es la edad en la que enfrentas a tu espíritu de mujer independiente con tu instinto maternal. Y cualquiera de los dos puede ganar dejándote siempre con arrepentimiento y los molestos “hubiera”s.
“Y aparte de todo está tu marido. Te das cuenta, entre los 25 y los 30 años, que ya nada es igual. Ya perdiste el líbido de una adolescente, pero quizá tu marido no. ¿Qué no tenía mi tía 28 cuando se hizo todo el escándalo por “la otra” de mi tío? Al fulano ese de la mesa se le olvidó mencionar que es entre los 25 y 30 años también cuando te das cuenta de que tu marido tiene a su primer amante.
“Y no te queda de otra mas que hacerla de esposa abnegada en pro de la integridad y salud emocional de tus hijos. Bien sabes lo que pasó –o sigue pasando en el peor de los casos –, y no hay nada que puedas hacer al respecto. Sí, mi tía armó un escándalo que le duró dos o tres semanas, pero hela ahí, durmiendo en la misma cama del puerco aquél. Los niños no tienen por qué sufrir años en terapia cuando pueden ser normales y felices.
“¡Ay Dalia, cómo eres pesimista, niña! Mi madre con sus 30 y algo años de casada, 3 hijos y vida plena y feliz se estaría riendo de mí. Me diría que no todo tiene por qué ser tan malo si uno sabe tomar las decisiones adecuadas. Si encuentro a un tipo que sea tan pan de Dios como mi papá, ¡ya la libré! Pero entonces queda la pregunta de, ¿se estará llevando él la mejor opción? Tan envenenada estoy con esta disyuntiva de la vida a la “antigüita” o la vida “light”. Me molesta pensar en una vida aburrida y estereotipo, pero me molesta también pensar en que me estoy dejando llevar por la corriente.
“No quisiera arrepentirme de haberme casado hasta los 32 aún cuando el hombre perfecto llegó a mi vida a los 24 y lo dejé ir en pro de mi “libertad”. ¿No me arrepentí muchas veces ya de haber dejado de ser virgen a los 17? ¿Pero me arrepiento por haberme tardado en comparación con otras amigas menos escrupulosas, o por haber caído en los estereotipos y haberme olvidado de mi promesa solemne de dejarlo para la luna de miel?
“Pero pides mucho Dalita. ¿Quién te va a decir si tal o cual decisión es buena o mala? No te amargues tan pronto mujer, ni pienses demasiado en esto. Todo el mundo tiene estas dudas e ideas y no será nada nuevo ni revolucionario. Aunque… tampoco lo vayas a olvidar, ¡eh!”
–¿Le traigo otra cosa?
Dalia sólo mueve los ojos. No voltea, no despega su mano de la papa, ni la papa de sus labios. Un mesero es quien la saca de su letargo, uno menos prudente que la mesera que se abstuvo de hacer lo que él acababa de hacer. Menos mal, Dalia todavía tiene un trabajo pendiente y, conociéndose, pudo haberse quedado hasta una hora entera en su mundo. Aún así no pudo evitar sentirse un poco molesta.
–Nada más la cuenta, por favor.
Ahora Dalia está sola. El detonante de su reflexión se ha ido junto con sus compañeros. Seguramente su novio la está esperando en su departamento, donde quedaron de verse para trabajar y luego pues…
Mejor se concentra en acabarse sus papas y su refresco, en contar bien el cambio y en fijarse si no olvidó nada en la mesa. Pensar en si éste novio es el bueno o si todavía le faltan veinte más para encontrar al adecuado es un riesgo innecesario. Podría morir atropellada si se queda inmóvil de repente a media calle sumida en uno más de sus trenes de pensamientos.